martes, 3 de julio de 2007

El Quiché

Uno tiene una cara, no? Y en esa cara va la historia, la de ese día, la de la anterior noche sin dormir, el golpe contra el cantero a los 7 años, la nariz como la de tu viejo, las orejas del abuelo y así… toda una vida y muchas vidas en la cara. Pero hay caras que cuentan una historia que no es personal, que no puede terminarse con una muerte ni con muchas, que no empezó con ningún nacimiento, en ningún momento. Son caras hechas de piedra o de tierra o de de lava, caras que no pertenecen a una persona ni a nadie, que tienen más tiempo que el tiempo mismo. El rostro de la persona que en el códice de 700 años sostiene el jade y las plumas de quetzal es el mismo que ahora teje o vende muñecos en la calle, o siembra el maíz y el frijol, o maneja un trailer o enseña en una escuela. Son rostros oscuros, de nariz ancha y labios tercos, de abismales y pequeños ojos negros, de sonrisa ladina. En Guatemala la nación maya se mantiene victoriosa, irreverente, con amplia sonrisa desdentada mira la tierra, sin más miseria que la que le han impuesto, sin más castellano que el que le han obligado a hablar.

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